Un grupo de unas veinte personas extendemos las manos desde el corazón hacia las paredes del palacio. El gesto se repite una y otra vez, en todas las direcciones. Es casi mediodía de una mañana de febrero, y la artista portuguesa Joana Vasconcelos (París, 1971) está realizando una meditación grupal conocida como “heart meditation” en el salón principal del palacio de Liria que da a la calle Princesa, ante la mirada atónita de algunos visitantes a su exposición recién inaugurada. Al igual que hizo antes en Versalles o Uffizi, Vasconcelos ha intervenido la residencia madrileña de la Casa de Alba con todo su poder, haciéndolo suyo.
La artista que conecta cielo y tierra, lujo y cotidianidad, raíz clásica y reivindicación feminista, no se refleja en los espejos, que están colocados elevados en unas paredes altísimas enteladas, pero habla de imágenes e identidades, y de lo difícil que nos resulta hoy en día estar presentes. “Pasamos por las cosas aceleradamente, esta meditación nos recuerda la conexión necesaria con el espacio, con las personas y con uno mismo. Una exposición es una ultra experiencia, no solo se trata de pensar, si no de sentirla”.
El arte contemporáneo a menudo nos provoca, nos cuestiona y remueve, pero lo cierto es que la experiencia que ofrece Joana seduce desde hace dos décadas a los grandes coleccionistas y museos de todo el mundo porque genera una cierta combinación de bienestar, ironía, juego, belleza y sorpresa. “Lo que me gusta es que la gente salga de aquí feliz”, explica a Magas. “Mi arte no es una cosa extraña que está por ahí, que nadie entiende, que necesita de mucha lectura para comprenderse, está integrada en el espacio, pero tiene un discurso, hace pensar, cuestionar, cambiar ideas y entrar en contacto contigo, es como darte una oportunidad de cuestionarte, es como abrir una puerta, una ventana, es pensar ‘¿qué hace esto aquí?’”.
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Estos palacios son lugares de agregación, en los que han vivido personas carismáticas y con poder, también mujeres, que han querido desde hace siglos rodearse de arte…
Los artistas compartían con los dueños sus obras y ellos, como hacen los coleccionistas de hoy, tenían grandes casas en las que albergaban sus colecciones de cerámica, tapicerías, muebles, vidrio o chandeliers. Hoy se me ha encomendado una exposición como lo hacían con el Greco o con Tiziano en su época: es una actitud contemporánea y también habitual.
En este palacio podemos encontrar obras de otras dos mujeres, Lavinia Fontana y Elisabetta Sirani. ¡Es usted la tercera en exponer aquí!
Sí [sonríe]. Hice una exposición en Uffizi el año pasado y allí fui la primera mujer escultora, la décima en exponer en mil seiscientos años. Que sea la tercera aquí está muy bien: solo el 10% de la programación mundial del mundo del arte son mujeres, lo cual quiere decir que casi toda la programación aún no ha cambiado. Tiene que cambiar mucho más, muchas veces soy la primera mujer en muchas cosas… o se puede decir ‘qué bien, una mujer’, no, sigue siendo algo muy raro. Otro ejemplo, cuando hice BRAFA hace poco eran los 70 años de la feria de arte más antigua de Europa, y en la rueda de prensa me preguntaron ‘¿cómo te sientes al ser la primera mujer invitada especial de la feria?’, yo respondí ‘¿en setenta años no habéis invitado nunca a una mujer artista? ¿Qué pasó? ¿Por qué tomó tanto tiempo?’
Y sin embargo siempre hubo grandes escultoras…
Siempre hubo grandes mujeres artistas, en todas las épocas, no tantas como ahora, pero las hubo.
¿Fue Louise Bourgeois, probablemente la artista más importante del siglo XX, la primera mujer de la que vio usted una obra fundamental en su carrera?
Antes conocí a las portuguesas, Aurelia de Sousa y Paula Regó, que fueron para mí muy importantes.
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Hay algo dual en su obra, causa sorpresa pero al mismo tiempo está integrada en el espacio, hay piezas que parece que estuvieran desde antes…
Es porque yo soy el resultado de una cultura común europea. Cuando tienes presente esa cultura que compartimos, ahí está el gusto por los tejidos, los muebles, las casas y los detalles. Eso lo compartimos todos los europeos en todos los países, es una cultura común. Estas casas existen igualmente en Alemania, en Italia, en España, en Portugal… en toda Europa. No en China y no en India. Es siempre la misma tipología con salas conectadas unas a otras con cierto tipo de muebles, cerámicas y telas, hasta la Revolución francesa y Versalles, era el tipo de casa que todos compartíamos como la casa ideal, perfecta, la del sueño, una vida que Disney va a asimilar a las princesas, donde siempre hay un palacio. Esa es una idea de felicidad y perfección que tiene origen en la cultura europea. Hice Versalles, el más grande de todos estos palacios, y esa cuestión de integración y comunicación la he vivido hace muchos años.
¿Cómo es su proceso de trabajo en este tipo de proyectos?
En este caso, me invitaron hace un año y me propusieron hacer una muestra. Dije ‘me encanta’ [sonríe]. Cada palacio tiene su identidad y escala, tuve que venir tres o cuatro veces para visitarlo, elegir las obras, entender los espacios y cada sala. Como este palacio está habitado, tiene un alma y personalidad particular que los otros palacios ya no tienen. Los otros son museos no habitados, aquí hay una sensibilidad, un detalle y una emoción que otros ya no tienen, hay cosas como fotografías de familia que van cambiando, porque es su casa de verdad, no es solo un lugar en el que hay comisarios y especialistas de tapicería. Aquí hay personas, una familia que se ocupa del espacio y eso le da este alma.
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Conexión emocional con Dior
Tiene usted una conexión emocional con la casa Dior…
Entre palacios [sonríe], tuve también la oportunidad de conocer a muchas personas del mundo de la moda, grandes coleccionistas como monsieur Arnault, que colecciona mi obra desde hace más de veinte años. Tengo uno de mis zapatos [se refiere a la pieza monumental de sandalias Marilyn hecha con cazuelas] en el museo de Italia y una pieza de ‘vírgenes’ en la colección Louis Vuitton. Y todo empezó con el lazo. [se refiere a la pieza J’Adore Miss Dior].
¡Es increíble esa pieza!
Viajé mucho con el lazo, a Shangay, a París… Luego empezó a ser muy requerida para exposiciones de arte contemporáneo. Karl Lagerfeld, que era muy amigo mío, vino a verlo a la inauguración de parís y me dijo, literalmente, ‘qué divino, le encantaría a Christian Dior’. En el mundo de la moda, la marca es importante, pero más aún la creatividad de los grandes creadores. Dior es una casa con una dimensión, una organización y un equipo que es un lujo a todos los niveles, he trabajado en desfiles, en piezas para sus pop-up shops, con sus tejidos… Conocí a grupos de personas multiculturales en las tiendas de varios países, es una casa llena de gente de toda Europa que comparte gusto. Así que fue como un movimiento orgánico entre arte y moda, que hace posible cosas como esta exposición o la instalación que tengo ahora en Bruselas realizada con elementos para sus vitrinas.
También fue pionera al tener ‘carta blanca’ para intervenir el icónico bolso Lady Dior… ¿Qué simboliza para usted la forma de corazón?
Se trata de un corazón portugués que no es simétrico y es tradicional de la joyería portuguesa desde el siglo IV. Desde entonces se sigue haciendo y está conectado a nuestro corazón orgánico, con una dimensión más espiritual incluso. Están hechos de filigrana, normalmente en oro o plata. Yo aquí presento también una pieza de un corazón enorme realizada con cubiertos para comer, porque el fado está relacionado con la mesa, es toda una performance entre comer y escuchar, el restaurante y el fado: aquí se encuentra esto en una versión más contemporánea.
Nos permite revisitar lo icónico y conectar con ello, es algo muy poderoso, ¿cuál es su secreto?
Es importante crear momentos de reconexión bien a través de mi obra, de las instalaciones o del sonido, del movimiento o de la meditación. Son todo formas de invitar a la gente a ser parte, a integrar el espacio, a pasar un buen momento y a pensar en lo que esto significa.
Y el uso de elementos cotidianos hace su trabajo más accesible…
Sí, porque son cosas con las cuales no te sientes incómodo, sino cómodo.
¿Qué significado tiene la pieza de la valquiria, también realizada toda con telas de Dior?
Durante siglos, parece que la vivencia espiritual estaba solo hecha de santos, hombres y ‘papas’. Te preguntas qué pasó con las mujeres. En esta idea de que todo parte de una cultura europea, cuando estuve en Oslo y Noruega, me di cuenta que las diosas guerreras eran las valquirias y me quedé encantada. Wagner las retrató de una manera [se pone a tararear] militar y masculina, y decidí hacer una versión más positiva, femenina y dulce.
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Un recorrido por la casa
Desde la enorme escultura en forma de anillo a la entrada del palacio, realizada con vasos de whisky y turbinas de coches a la casita del jardín con forma de tetera que se cubrirá de jazmines en primavera para permitir a los visitantes tomar el té en su interior, pasando por una lámpara realizada con pendientes de flamenca, los visitantes podrán encontrar un auténtico ‘wonderland’ que abre espacios nunca visitados —como la capilla familiar— en la misma casa que vio escenas únicas de la historia de la moda, como el desfile de Yves Saint Laurent en el año 1959, al que asistió la duquesa De Alba.
He leído que hacía karate, ¿son sus propuestas otra manera de ‘golpear’ la realidad?
Lo veo más como transformar. Golpear en la escultura es una forma invasiva de transformar, frente a cuando lo haces en diálogo.
¿Más posibilista?
Exacto.
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En el recorrido por la casa me ha llamado la atención el león, que es el símbolo de El Español, ¿cuándo comenzó a recubrir de croché sus piezas, muy al principio?
Uhhhh [explica]. El croché tiene un doble o triple sentido. Estaba hecho por las mujeres en la casa, en privado, y era una actitud de manualidad femenina. Las mujeres que tenían más tiempo, en una casa grande o con muchos empleados, tenían tiempo para dedicarse al croché y sabían leer y contar, por lo que podían desarrollar un croché más difícil, pero siempre fue una forma de expresión que las mujeres encontraron para ser creativas.
¿Y qué otros significados subraya?
Además de ese lado de expresión, tiene un sentido de proteger. Las mujeres hacían croché para proteger las sillas, las mesas, las camas, es esa actitud femenina, casi mágica, de proteger. Muchas fueron obligadas a hacer estas técnicas sin querer, odiándolo incluso. Pero otras no, lo llevaron a cabo con esa idea de protección. Con la revolución industrial tuvieron que ir a trabajar a las industrias, y salir de lo doméstico. Hoy vivimos un momento muy interesante, en el que tenemos tejidos de nuestras abuelas, madres y tías, pero guardados en cajones, en cómodas, en muebles, no están más por encima de las mesas. Yo no tengo miedo de abrir las gavetas y volver a enseñar esta triple dimensión de protección, aprisionamiento y, por otro lado, de identidad mágica.
¿Cuál es la historia dentro de este palacio que más sorpresa le causó?
Una sala interesante es la de Felipe, rey de Portugal y de España, porque la reina Isabel estaba casada con el Emperador y ambos tuvieron un hijo que fue el rey de Portugal y España. Es divertido porque ahí tenemos la unión de los dos países, por cincuenta años éramos uno solo. Pero lo más impactante fue ver el Goya y la actitud de la duquesa De Alba en él, con su peinado suelto, una actitud poderosa. ¿Cómo no conectarme con esta historia? La relación entre el artista y el cliente es una cosa que yo conozco bien, y aquí de verdad es un momento increíble de la historia del arte. En esta pintura tú lo sientes: algo pasó entre Goya y la duquesa.
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¿Para qué sirve el arte en 2025?
La charla lleva en un momento a la actualidad, con la polarización social, la tensión de las comunidades y sus discursos, la aceleración tech… ¿Cuál es la verdadera función del arte contemporáneo hoy? “El arte ayudará siempre, porque ha ayudado siempre”, responde la artista. “Somos la única especie, la humana, que tiene una dimensión espiritual y necesita de representarse. Por eso el artista existe desde el principio de los tiempos, con cualquier cultura, en cualquier tribu, en cualquier lugar”, explica Vasconcelos, en un ritmo de conversación diferente, más lento.
“La espiritualidad y los artistas existen siempre, y existirán, en todas las culturas”, añade, mirando hacia el techo. “En medio de Amazonia, en China central, donde quieras, todo lo demás puede ser diferente, lo político, lo económico, lo social… pero lo espiritual y lo artístico existen siempre. Lo artístico y lo espiritual son parte de nuestra existencia humana, lo cual quiere decir que, en este momento de incertidumbre, de inestabilidad, la obra de arte tiene el papel de no tener fronteras, de no tener traducción, de no tener necesidad de explicarse, porque todo lo que necesita de mucha explicación está restringido. Nosotros, seres humanos, contamos la historia del mundo no a través de la política, pero tampoco del cine, que existe hace poco, ni la fotografía o el diseño, si no del arte, porque los artistas tienen 30.000 años. Es muy diferente. El dibujo y la escultura, tienen treinta mil años, no es algo que se haya creado en este periodo de la historia.
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¿Trabaja siempre con esa concepción del tiempo?
Esta mañana me preguntaban con qué tiempo trabajo. Yo trabajo con cien años por lo menos. Como artista tengo que existir por lo menos por cien años. Porque nosotros no trabajamos para un espacio corto de consumo, como un diario o una película.
¿Alguna vez lo ha visto claro delante de alguna obra de arte ajena?
Tuve un momento increíble en Italia en Siracusa, donde hay un museo de arqueología al que venía un ídolo cicládico de 5.000 años antes de Cristo desde Creta. Me invitaron como artista contemporánea para hacer un diálogo con esta escultura. Así que fui, y encontré una caja súper organizada del museo, con protecciones y guantes, que se abrió. Yo estaba en plan contemporáneo, de ‘venga, ponedlo ya’. Pero cuando miré al ídolo de frente sentí toda la emoción de algo que había sido hecho cinco mil años antes: un colega mío, escultor, había creado una escultura de una señora con las manos así [las cruza sobre el pecho] y yo estaba en plan moderna.
Cuando piensas que aquel hombre hace cinco mil años estaba trabajando en su tiempo en esta escultura de la fertilidad, con 70 centímetros, comprendes que tienes colegas que han trabajado hace 5.000 y también hace 10.000 años. Que hay una cadena que nos lleva en el tiempo y nos llevará para adelante también. Estamos viviendo un momento pero habrá otros.
Cuando lo entiendes como una parte del camino, te das cuenta de que lo que compartimos todos es un planeta con aire, agua y tierra. ¡No veo por qué hay que tener tantas reglas, prohibiciones, restricciones, tantas leyes! Tenemos que compartir el presente, los animales, las flores, todo lo que hay aquí. ¿Somos diferentes? De acuerdo, unos vivimos en el frío, otros en el calor, aquí y allí, pero somos parte de lo mismo, de una historia con todas las personas que no están aquí más, me siento conectada con todos ellos.
¿Y es el arte un antídoto?
Más aún. El arte es un hilo continuo para la Humanidad. Yo soy un punto en ese hilo, que continuará por esta casa. Me encanta este momento, y nunca lo olvidaré a nivel personal, pero solo soy un momento de muchos que hubo aquí, y habrá. Tanto arte hay… Míralo en la pared, ¡son colegas!