[Trending News] Se venden palestinos, pero no hay compradores: por qué el plan de Trump es imposible

[Trending News] Se venden palestinos, pero no hay compradores: por qué el plan de Trump es imposible

—Oye, ¿has visto lo que dice Trump, que quiere deportar a los dos millones de palestinos para hacer chalés de playa en Gaza? ¿Me puedes escribir un análisis geopolítico?

—Mmm… no sé si soy la persona indicada. ¿No sería mejor pedírselo a un psiquiatra?

Un psiquiatra diría que Donald Trump tiene deformación profesional de magnate del ladrillo. Se cree que el problema de Oriente Próximo es la falta de vivienda y se arregla con unos sacos de cemento y una hormigonera. Las parcelas ya las cederá alguna alcaldía de esas que siempre están dispuestas a hacer permutas y negocios.

Hablamos de millón y medio de personas, vamos a limpiar todo esto. Ahora mismo es literalmente un lugar de derribo. Está casi todo derribado y la gente se muere, así que lo mejor será aliarse con algunos países árabes y construir viviendas en otro lugar, donde podrían vivir en paz”. Tal cual lo dijo Trump ya el 25 de enero pasado. Evidentemente, nadie se lo tomaba en serio. El choque que vive el mundo hoy no es tanto enterarse de los planes de Trump para Gaza, sino darse cuenta de que el tipo habla en serio.

Los planes no son nuevos. “Si los palestinos se quedan en Gaza, será muy difícil para Israel. Israel tendrá que tomar la Franja de Gaza, derrocar el régimen de Hamás y luego debe convencer a la gente allí que si quieren tener una vida agradable, tienen que abandonar la Franja“. Es la frase literal que me dijo ya en octubre de 2023, semanas después del asalto de Hamás, Ronit Marzan, una académica israelí con 32 años de experiencia en el Shin Bet, el servicio secreto israelí, y profesora en Haifa para Historia de Oriente Próximo. Dentro del panorama israelí, más bien se le considera de izquierdas: hasta escribe en el diairo Haaretz.

Foto: Donald Trump en la reunión con Netanyahu en el Despacho Oval. (Reuters/Elizabeth Frantz)

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Cuando Trump dijo que “todo el mundo estaba encantado” con su plan, tenía razón, acotando que solo habría hablado con israelíes. En su cabeza, y en toda la sociedad israelí, sonaba espectacular. Para entenderlo —ahora estamos hablando de psiquiatría, no de geopolítica— es útil recordar que la misma Ronit Marzan propuso en 2021 pacificar Palestina construyendo un museo Guggenheim en la frontera de Gaza. Ya vimos que el Guggenheim de Bilbao puso fin al conflicto de ETA, ¿verdad?

Al nivel de estos expertos que, después de 30 años de estudiar las sociedades árabes, explican el conflicto de Palestina con un complejo de Edipo (también eso es literal), se une lo que los judíos centroeuropeos siempre han llamado jutspe: mucha cara. El clásico ejemplo es el del tipo que asesina a su padre y su madre y ante el tribunal que lo juzga implora clemencia con las palabras: “Tengan compasión con este pobre huérfano”. En referencia a Gaza suena así: “Vivir en Gaza es vivir en un infierno. El mundo debe entender que hay que poner fin al sufrimiento de Gaza. Los palestinos ya no pueden quedarse allí”. También lo dijo Marzan. Y estoy citando a una académica de Haifa, porque si citara a los ministros de Netanyahu, ustedes se espantarían.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, durante su rueda de prensa. (EFE/Jim Lo Scalzo) Opinión

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Hasta aquí, el análisis psiquiátrico que explica por qué el plan suena tan bien en su cabeza. Pero, ¿podrán hacerlo?

Deportar a un pueblo entero no es nada nuevo. Stalin convirtió estos movimientos de limpieza étnica en toda una política. Sumando a tártaros de Crimea, chechenos, coreanos, alemanes del Volga, griegos del Cáucaso y otros muchos, a los historiadores les salen dos o tres millones. También el genocidio armenio en las postrimerías del Imperio otomano era oficialmente un traslado de una población entera a otro territorio, los desiertos de Siria, para que no molestaran en la frontera caucásica. Que casualmente se murieran millón y medio por el camino es lo que Trump y Netanyahu llamarían hoy, elegantemente, daños colaterales.

Eran otros tiempos, uno está tentado a decir. Pero me temo que no. En Europa estamos acostumbrados a pensar que existen leyes, derechos humanos, normas internacionales y que hay cosas que simplemente no se pueden hacer. Trump está acostumbrado a pensar en metros cúbicos de cemento y permutas de terreno. Si sale rentable, se hace. Un resort de lujo en Gaza parece rentable. Además, esta parcela no es de nadie, ¿verdad? No tiene propietario reconocido, que sepamos, de manera que ni hay que pagar por ella, a diferencia de Groenlandia. “The US will take over the Gaza Strip”, dijo Trump, con un verbo que se puede traducir lo mismo por “conquistar” que por “adquirir”, que para un magnate del ladrillo es lo mismo, porque el resultado es el mismo: “We’ll own it, será nuestro, y lo desarrollaremos”. Desarrollo, en inglés estadounidense, no significa colegios, hospitales y empleo, sino más ladrillo.

Solo molesta ese millón y medio —en realidad, dos millones— de personas que viven allí en plan okupa. Pues se les echa. Alguien los acogerá. A ver, tenemos al lado Egipto, que es muy grande, y Jordania, que de todas formas es nuestra oficina local de desarrollo. Cabrán ¿no?

La diferencia entre Stalin y Trump es que a Stalin le cabían los pueblos deportados en alguna parte, como en Kazajistán o en Siberia, territorios bajo su soberanía. ¿Se despertará Trump una mañana dándose cuenta de que Egipto no es parte de los territorios bajo su soberanía?

¿No lo es? Egipto y Jordania vienen desde hace muchos años muy arriba en la lista de receptores de ayuda financiera estadounidense, normalmente en segundo y tercer lugar, justo después de Israel (si se dejan aparte los casos de, en su momento, Afganistán e Iraq, y ahora Ucrania). En 2023, Egipto recibió 1.500 millones de dólares y Jordania, 1.600 millones… el 10% de su presupuesto anual, en el caso de Ammán. Trump es capaz de tachar esta ayuda con un plumazo y a ver cómo se las arregla la pequeña monarquía del desierto.

En el caso de Egipto, cuyo presupuesto anual es de 97.000 millones de dólares, la ayuda estadounidense es apenas un 1,5% del gasto, pero dado su déficit permanente, un tachón en la lista de Trump podría causar serios quebraderos de cabeza en El Cairo, acostumbrado a mantener la paz social mediante subsidios a alimentos básicos. Desde que aplastó a los Hermanos Musulmanes en 2013 mediante el fusilamiento expedito y masivo —mil muertos en un día sin que el mundo dijera apenas nada— Abdelfatah al Sisi se debe de sentir muy seguro en el poder, pero el precio del pan siempre es un factor de riesgo político.

Foto: Palestinos regresando al norte de Gaza. (APA Images)

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Pero hacer caso a Trump también es un riesgo político —y quizás mayor—. Tener de repente a uno o dos millones de palestinos en casa, aunque sea en campamentos en medio del Sinaí financiados por Estados Unidos, tendría serias consecuencias. Porque será inevitable que se acaben mezclando con la población, no solo compitiendo por empleos sino, peor, aliándose con los descontentos. Los palestinos tienen como promedio no solo una educación superior a la mayoría de los países árabes, sino también una conciencia política mucho más desarrollada —inevitable en su condición— y los de Gaza tienen, además, simpatías igualmente inevitables por el islamismo político, tras estar dos décadas obligados por Israel a no ver nada más que Hamás. Y si no tienen simpatía por Hamás, quizás la tengan por el marxismo revolucionario, de larga tradición en Palestina.

Educación, conciencia, activismo: la peor pesadilla para un dictador árabe. ¿Y me dice usted que coja un millón de esos? Por aquí, don Donald. Además, ya sabemos lo que dice usted cuando alguno de sus aliados está en aprietos, como ahora los kurdos de Siria. “No es nuestra guerra. Que se peleen otros por esa arena”. No, thank you.

No, thank you, dirá también Abdalá II, rey de Jordania, con aún más motivo. Recordará que a su padre, el rey Husein, casi lo derroca Yasser Arafat en 1970. El Septiembre Negro costó miles de muertos en varias semanas de combate entre el ejército jordano y las milicias palestinas, decididas a acabar con la monarquía si no les permitía usar el territorio como base de su guerrilla contra Israel. A Husein lo salvó Washington, de común acuerdo con Israel, y de ser aliado fiel de ambos países vive Jordania —o al menos su familia real— hasta hoy. Con una población de 11 millones, de los que 2 millones son de todas formas palestinos, casi todos nacionalizados, un nuevo influjo de activistas es una bomba de relojería con la mecha muy corta. Porque por mucha diversidad ideológica que haya entre los palestinos, monárquicos son muy pocos.

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La misma reflexión vale para Arabia Saudí. Por mucho espacio que tenga el reino wahabí y por mucho dinero que le sobre para poner casa y sueldo a unos millones de refugiados, Mohamed bin Salman, MBS para los amigos, no se atreverá a hacerlo. También la dinastía saudí tiene sus quemaduras en la memoria. En 1979 les tuvieron que sacar las castañas del fuego unas unidades de élite francesas, cuando sus propias ultraintegristas wahabíes tomaron La Meca. Tras fusilar a parte, la dinastía buscó aplacar al resto dándoles todo el poder sobre la sociedad y utilizando a los Hermanos Musulmanes, especialmente a los exiliados de Egipto, para expandir su versión política islamista por todo el globo. Pero era un juego arriesgado, porque los Hermanos Musulmanes tampoco son monárquicos. Tanto que en 2014, Riad le vio las orejas al lobo y expulsó a la Hermandad, declarándola “terrorista”, y en 2017 puso asedio a Qatar por seguir apoyando el movimiento. ¿Y ahora, importar a un millón de posibles seguidores de Hamás, cuya ideología se basa precisamente en las enseñanzas de los Hermanos Musulmanes? No, thank you. Ni aunque ofrezca a cambio Miami entera con todos sus yates.

No vamos a hacer la ronda por toda la región. Basta con recordar que el país al que fueron las milicias palestinas, entonces aún no islamistas, tras ser expulsadas de Jordania, era Líbano. Y que en una visión quizás simplificada de la historia, pero bastante difundida, esto fue la principal causa de que la Suiza de Oriente se hundiera en una guerra civil de que aún no ha vuelto a levantar cabeza. No, thank you.

¿Nadie quiere a los palestinos? Según se mire. Cuando, después de la Nakba, la expulsión de 1948, los países árabes —salvo Jordania— acordaron no dar la nacionalidad a los palestinos, sino tratarlos como refugiados para siempre, esto se entendía como un gesto propalestino. Una reivindicación de su derecho a regresar a su tierra, en lugar de aceptar los hechos consumados que imponía Israel. También hoy, el miedo a la llegada de millones de palestinos se ocultará bajo un discurso de apoyo a la causa. Aceptarlos sería ratificar la renuncia a su tierra, sería colaborar con el expansionismo de Israel y la eliminación del pueblo palestino. Hay que resistir.

El precio de la resistencia lo pagarán, desde luego, los palestinos. A ellos, nadie les preguntará qué quieren. Pero es fácil de resumir. Su opinión pública será monolítica: aquí no se va nadie. Antes morir en nuestra tierra que una Nakba 2.0. Ya no tenemos nada que perder. Muchos lo dirán convencidos de verdad. Otros no tendrán más remedio que decirlo. Los que en realidad preferirían una vida en cualquier campamento de refugiados para el resto de sus días, antes de ver morir aplastados por trozos de hormigón bombardeado o despedazados por un misil a su bebé de pocos meses, a su anciana madre, a sus hijos, sus hijas… lo pensarán, y quizás aceptarían irse, ocultándose la cara por la vergüenza de valorar la vida de los suyos por encima de la causa. Pero no tendrán ese dilema. No los dejarán.

El plan de Trump es imposible. El único efecto que tendrá es el de interrumpir el proceso de paz y de intercambio de rehenes. Porque obviamente, una vez anunciado que al final de ese proceso no está la retirada israelí, como prometido, sino la invasión total, Hamás se quedará los rehenes que aún tiene. A Trump le dará igual. En las grandes obras de desarrollo urbanístico siempre se mueren algunos, es parte de los gastos del negocio. Que a Netanyahu le da igual, ya lo sabemos.

La buena noticia, puede pensar usted, es que el plan de Trump no es realista y no se llevará a cabo. La mala noticia es que de todos los planes que puede tener Netanyahu para Gaza, tampoco ninguno es realista y ninguno puede llevarse a cabo. Porque ninguno prevé alcanzar la paz. Además, para él, Gaza es solo la primera parte. Netanyahu ya piensa en Cisjordania. Ahí hay 2,7 millones. Son muchos para solucionarlo mediante daños colaterales. Quién fuera Stalin. ¿Quizás se preste Kazajistán?